El plagio creativo

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El plagio creativo 3A la hora de elaborar nuestras historias los escritores partimos muchas veces de la propia realidad. Hay algunos que parece que utilizan la realidad pura y simple, quizá porque además de talento literario tienen una biografía tan llena de acontecimientos insólitos o desusados que les basta con transcribir algún capítulo de ella, más o menos disfrazado, para llamar la atención de cualquier posible lector. Pero eso no es lo más frecuente. Lo normal es que los cuentacuentos seamos personas corrientes y molientes, con una vida similar a la de cualquier otra persona de nuestro medio social y condición física, y que nuestra historia personal responda, en definitiva, a un prototipo que ya ha sido explicado hasta la saciedad. Y aunque efectivamente fuéramos uno de esos seres extraordinarios o pintorescos a los que antes nos referíamos, no tendríamos garantizado que nuestra historia fuera original.

“Lo que no es tradición, es plagio”, dice el adagio. Cualquier historia de amor puede equipararse a Romeo y Julieta, a Don Juan Tenorio, a la historia de Sansón y Dalila o al mito de Orfeo y Eurídice. En toda relación padre-hijo hay ecos del mito de Edipo, de Abraham e Isaac, del Rey Lear. Todos los hermanos tienen algo de Caín y Abel. Y así podríamos seguir indefinidamente. No importa el tema que elijamos: los celos, la codicia, la soledad, la envidia, la solidaridad, etc., etc. Seguro que en el acervo cultural humano encontramos algún antecedente. Y eso es así porque los sentimientos y emociones humanas nunca cambian. Por eso, la pretensión de no plagiar, de ser radicalmente original, no es sino una declaración de soberbia y de ignorancia. De hecho, la recreación de historias conocidas, de mitos clásicos y de antiguas leyendas, ha sido, desde la antigüedad romana hasta la actualidad de los estudios de Hollywood, una de las técnicas de creación más utilizadas por los cuentacuentos.

El plagio creativo, entendido como reescritura de una misma historia desde otra óptica, con otras intenciones, desde otro ángulo, no solo no es ilegal, sino que “tomar prestada una trama tradicional” es uno de los métodos recomendados por teóricos tan prestigiosos como John Gardner a la hora de elaborar nuestras propias tramas.

¿Y que sentido puede tener escribir de nuevo una historia conocida? Pues sencillamente que, al reescribir una historia, la transformamos según nuestra propia interpretación subjetiva, basada en nuestras experiencias y criterios. Si cambiamos el espacio y el tiempo en que se desarrolla; la contamos desde otro punto de vista; variamos las descripciones y los diálogos; transformamos las intenciones de los personajes y hasta alteramos sustancialmente el final, la historia pasa a ser nuestra, por más que el argumento no haya sido inventado por nosotros. Como dice Enrique Páez, “desde el momento en que una misma realidad pueda ser interpretada de distintas maneras, y todas (o algunas de ellas, al menos) sean válidas, oportunas, o aporten alguna luz a esa realidad, una misma historia se volverá a escribir cuantas veces sea necesario para verla desde todos los ángulos posibles”.

Una historia no es sólo lo que se cuenta, también la forma de contarlo. La interacción entre el contenido (el tema, los personajes, las ideas) y la forma (la selección y la organización de los acontecimientos, la ambientación, el tono) revelará la visión del mundo del autor, su percepción del como y el porqué de las cosas de este mundo: Ahí radica la originalidad de un texto, lo que hace que sea diferente de otro. Así, aún cuando empecemos a escribir sobre un tema ya conocido, tradicional o clásico, incluso aunque nos parezca repetitivo o recurrente, el resultado puede ser una narración nueva, distinta, original, en suma. De tal manera que, aunque en el fondo, como dijo Juan Rulfo, en literatura solo se puede tratar de tres temas -vida, amor y muerte-, las historias que se pueden narrar son infinitas.