“No puedo elegir un Parlamento. No puedo proponer leyes. No tengo ningún poder, pero todos miran hacia mí” – Jorge VI-
Esta sentencia del mismo Jorge VI (Colin Firth) resume la esencia de El Discurso del Rey, una historia épica sobre lo que significó el Rey para una Inglaterra que justo entraba en la II Guerra Mundial. Aunque su condición de liderazgo era simbólica, sus discursos por la radio convirtieron a Jorge VI en un símbolo de la resistencia británica y durante el tiempo que duró la guerra fue la voz de esperanza que más fuerte sonó en Inglaterra.
A pesar de tratarse de una historia de superación centrada en la figura de un Rey, la película de Tom Hooper es un relato posmoderno que se hace grande a través de lo pequeño, pues Jorge VI es un hombre empequeñecido por la presión y por las exigencias de su cargo, esclavo de un pueblo al que teme decepcionar porque no es capaz de hacer algo aparentemente tan fácil como articular las palabras convenientes.
La simpleza del argumento es evidente, pero la riqueza de lenguaje que tiene El Discurso del Rey hacía tiempo que no se veía. La figura de Jorge VI en el fondo es el reflejo de sus allegados, le vemos solitario y lejano (en planos abiertos) en escenas de su vida pública y en planos mucho más cerrados, con una composición diseñada al milímetro cuando se muestra en su vida cotidiana; las calles de Londres son tenebrosas y ocultan fantasmas tras la niebla o la lluvia simbolizando el miedo que el Rey tiene de su pueblo, mientras que los interiores son reconforatbles, cálidos y llenos de color; y el líder del país es un hombre que camina detrás de una mujer angelical (una irresistible Helena Bonham Carter) que actúa como protector en la sombra, un hombre que necesita despojarse de su solemnidad presupuesta y sentirse igual que una persona de a pie, un amigo y maestro, para ser el rey cercano que desea ser.
No en vano el discurso final es una reconciliación consigo mismo, un verdadero acto de liberación narrado en un comprometido y agresivo primer plano del soberano que abraza sus temores y sus responsabilidades con la misma fuerza, sirviendo de inspiración a su pueblo dada la carga simbólica inherente a la condición emblemática y representativa del Rey de un país. Un Rey que, al fin y al cabo, es un hombre como cualquier otro.