Advertido queda el lector: las primeras páginas duelen. Porque cuesta llegar a ese mundo tan distinto, donde «Estha» es un nombre de hombre y «Rahel», de mujer; un mundo de «abbas» y «ammus», lugares como Ayemenem e historias ya comenzadas.
Pero igualmente aviso: al terminar el primer capítulo habremos sido absorbidos y devueltos a la superficie, húmedos, empapados de personajes, de olores furiosos, de los paisajes delicados y vibrantes -mezcla de naturaleza y civilización- que sólo pueden existir en países como India:
«Los pimenteros trepan por los postes de electricidad. Por los taludes asoman enredaderas silvestres que se extienden y atraviesan los caminos inundados. Navegan barcas por los bazares. Y aparecen pececillos en el agua que llena los baches de las carreteras«.
«El dios de las pequeñas cosas«, de la escritora hindú Arundhati Roy, es una novela atravesada por la magia de quien es capaz de mostrar la belleza de cada minúsculo momento de una vida. Cada personaje vive ya en mi cabeza como una persona real: los pliegues de su piel, la forma de apoyar la cabeza sobre la mano, su voz… Y cada vivencia, por simple que parezca al principio, se transforma en algo grande, poderoso, dentro del puzzle completo que sólo se muestra al final.
Un libro sobre historias de amor que no pueden ser (y a veces son; y a veces no), que «en realidad comenzaron en los días en que se establecieron las leyes que determinan a quién debe quererse. Y cómo. Y cuánto«. De personajes como la pequeña Sophie Mol, o los gemelos Rahel y Estha, reunidos de nuevo tras 20 años; de las Cosas Peores que sucedieron entonces y cuyo aliento helado se extiende hasta el presente. Y también de las cosas que les hacían volver a respirar, las otras, las pequeñas: «Las Grandes Cosas siempre se quedaban dentro. No tenían adónde ir. No tenían nada, ningún futuro. Así que se aferraron a las Pequeñas Cosas.» Porque detrás de la aparente tristeza hay, rascando con cuidado, un fresco que muestra una imagen de definitiva -aunque diminuta- felicidad.
En esta novela, sobre todo, se mastica el sabor de las palabras, que, crujientes, quedan rezagadas en la boca, para poder degustarlas una y otra vez. Aleteando, con ímpetu. Poesía cristalizada que vibra al tacto como si estuviera viva. Verbos y adjetivos que, incluso leídos fuera de contexto -como en este blog- pueden resultar hermosos, pero que no son, que no existen, fuera de ese libro.
Aún así, me arriesgo a dejar un extracto más que, como digo, no es más que algo seco y mustio fuera de la propia historia, un fósil que sólo muestra los contornos quietos de algo que nació para tener movimiento.
«La suciedad había cercado la casa de Ayemenem como un ejército medieval que avanzase sobre un castillo enemigo. Tapaba las grietas y se aferraba a los cristales de las ventanas. Alrededor de las teteras zumbaban moscas enanas. Las bombillas estaban cubiertas por una capa aceitosa. Kochama había dejado de notas esas cosas hacía tiempo.»
«El dios de las pequeñas cosas». Autora: Arundhati Roy.
Se puede encontrar en las editoriales: Anagrama, Círculo de Lectores, Salvat y RBA Ediciones.