‘Capitán América: el Primer Vengador’, un icono menor

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“Se trata de un soldado con una voz que podría dar órdenes a un Dios…y así es. De repente llueve a cántaros y todo aquel que aún puede permanecer callado, calla.” – Matt Murdock/Daredevil.

Este pasaje de la serie de cómic de culto Daredevil: Born Again (Frank Miller, David Mazzuchelli) acompaña la irrupción de los Vengadores en una sanguinaria pelea en Hell’s Kitchen, con el Capitán América irrumpiendo como un ente superior a todo, asumiendo el liderazgo y mandando sobre el Dios del Trueno, Thor y sobre el poderoso a la par que díscolo Iron-Man. Esta carta de presentación me quedó grabada porque para mí el Capitán América siempre ha sido un héroe tan desconocido como fascinante por una sencilla razón: es el único superhéroe no universal. El uniforme del Capitán América ya está customizado con la bandera y las insignias de un país, por lo que es un icono que concentra toda una serie de valores positivos que emanan del pueblo norteamericano y que vistos desde el extranjero están ausentes de la carga emocional porque los vínculos ideológico, social, demográfico y geográfico no existen.

El Capitán América, sin embargo, es de enorme interés como estudio cultural porque tanto él como sus aventuras son un reflejo de la historia viviente de EEUU. A mí la definición de Matt Murdock me impactó y me sedujo, siendo la primera vez que vi el Capitán América como un superhéroe de verdad, más especial incluso que los demás debido a lo que representa. Está por encima de una divinidad, de los otros héroes, del Gobierno y de cualquier código moral que no entre en el cumplimiento del deber y la justicia. El Capitán América sirve a su país con devoción y siempre ofrece lo que su país necesita, como cuando después de la Guerra Fría tomó un giro humanista en detrimento del patriotismo de campaña que lo caracterizaba hasta entonces. América necesitaba que el Capi tuviera otro carácter. Luego murió y volvió con otro hombre bajo la máscara, pero con los mismos valores y cualidades, porque el Capitán como símbolo está por encima de los individuos, porque es un ideal, una aspiración. Por esto puede dar órdenes a un Dios y por esto es un personaje que, aunque para nosotros no sea un referente, resulta sobradamente interesante para ser desarrollado con seriedad en una película o las que sean.

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También por este motivo esperaba que la línea de El Capitán América: el Primer Vengador se desmarcase del libro de estilo marveliano de Iron-Man y Thor (el camino del héroe, la frustración amorosa, la asunción de la responsabilidad, el chascarrillo efectivo y la acción palomitera), pero lamentablemente no sólo no es así, sino que además el resultado final es harto peor que el de sus predecesoras porque el Capitán América no es uno más de Los Vengadores, es su líder, y sin embargo no es tratado como tal. El desarrollo del carácter de Steve Rogers (Chris Evans) se estanca a media película y se va diluyendo progresivamente hasta convertirlo en un mártir sin carisma, muy lejos de los egos dominantes de Tony Stark (Robert Downey Jr.), Thor (Chris Hemsworth) o el eterno cameo Nick Fury (Samuel L. Jackson).

Aunque la película tiene un comienzo prometedor, no se aprovechan los temas centrales que se deslizan de la trama, como la oposición moral que representan el Capitán América y Red Skull o la figura del héroe humilde cuyos poderes son una proyección de su personalidad inmaculada. Incluso la conversión de héroe en icono del pueblo americano está resuelta con una pantomima transitoria y se echa en falta un espacio para la perspectiva del pueblo americano y de su identificación con el mito. En vez de esto, El Capitán América: el Primer Vengador es un producto poco ambicioso y falto de autoestima reticente a aprovechar sus posibilidades, una película, en definitiva, centrada en enlazar bien con el resto de filmes de Marvel para alcanzar Los Vengadores con cierto empaque de serie sin tener en cuenta la importancia capital del personaje central, lo que constituye una maniobra de marketing arriesgada que puede desembocar en un taquillazo seguro, pero en ristre de una película menor.

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El Capitán América de Joe Johnston no es el que puede darle órdenes a un Dios, es uno más. Es la consecuencia de una apuesta a mi entender errónea por el rendimiento comercial inmediato que ha sucumbido a un espiral de conformismo amparado por la sobriedad de este tipo de películas a las que jamás les faltará el cobijo de aquellos que dirán que “es muy entretenida” sin pararse a pensar que el entretenimiento es lo mínimo que se le debe pedir a una película de superhéroes. Esto y que en las secuencias de acción no cante el croma, y en este aspecto tampoco se salva la película del Capi.