Antonio Colinas vuelve a irrumpir con el poemario «Desiertos de la Luz». Este autor prolífico, con una voz inconfundible acaba de entregarnos esta obra cuya lectura lleva a adentrarnos en un mundo íntimo y universal, sobrio y esperanzado.
Colinas ha dicho que se trata de su libro «más musical, con una gran presencia del ritmo y profundamente existencial». Es posible que este poemario cierre una etapa en su poesía. Dividido en dos partes: «Cuaderno de la vida» y «Cuaderno de la luz» presenta marcados contrastes . En algunos poemas nos muestra realidades duras como la guerra en Oriente medio o los atentados del 11 de marzo como se refleja en los siguientes versos
¿Hasta cuando en el mundo la dualidad más cruel, la ausencia de armonía?
Nuestra patria debería ser el mundo
y en él nuestros pulmones tendrían que inspirar
solamente armonía y espirar honda paz,
que inspirar honda paz y espirar armonía.
Por eso, hoy ya sabemos
que como primavera temprana,
como ojo inocente, como labio muy tierno,
nunca cesa esperanza de germinar: lo hace
con mayor rapidez que las mareas de sangre».
Antonio Colinas establece en todo momento una dualidad armónica: presente y pasado, Oriente y Occidente, silencio y música y -el poeta- siempre enraizado en su tierra. Los versos que siguen del poema «El laberinto abierto» en torno a la plaza Mayor de Salamanca son un buen referente:
«Ser yo en esta plaza será, al fin,
no ser yo, sino sólo el que respira
en esta luz helada la libertad más plena:
la libertad de ser
en ti y en cada uno de vosotros.
Porque el ser que es más ser
es tan sólo el que ama.»
Colinas ha viajado en dos ocasiones a Palestina e Israel donde ha hallado las claves para cerrar su libro en una nueva dualidad ya que son escenarios de guerras, al mismo tiempo que ciudades sagradas. Los poemas de esta segunda parte rezuman ese aliento espiritual. Señalo una última muestra ejemplo del poema «Desde una azotea de Jerusalén».
«Mas acaso es posible
que todo sea más fácil,
que tu vida y mi vida,
nuestras vidas,
sólo dependan de ese añoso olivo
que aún resiste en el huerto
de Getsemaní,
respirando
suave,
muy suave,
las esperanzas de todos los hombres
a través de la plata con fiebre de sus hojas,
allí abajo, en el seco torrente del Cedrón…../»
Concluyo con las palabras del propio Antonio Colinas en una entrevista en torno a «Desiertos de la luz» «Se trata del contraste, de extremos orientes y mi propia tierra, donde están mis raíces, lo que yo llamo el noroeste de todos los olvidos. Al igual que valoro lo sagrado, cualquier lugar puede ser centro del mundo para aquel que lo contempla con piedad, con aceptación».