‘Daybreakers’, la sangre que no llega al río

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En una época en la que los vampiros están de moda uno clama por nuevas ideas, por un poco de originalidad y aire fresco para que el resultado final no huela a muerto. Precisamente eso es lo que ofrece Daybreakers, ya que nos sitúa en un futuro no muy lejano en el que la sociedad mundial está dominada por vampiros.

Las breves pinceladas sobre la cotidianeidad que impera en el nuevo mundo nos meten de lleno en la historia y hacen que la película se deje ver con interés y simpatia. El inicio halagüeño se corona con el planteamiento del problema: se acaban los humanos, falta sangre y el hambre convierte los vampiros civilizados en monstruos mutantes completamente pirados.

Y ahí es dónde entra Edward Dalton (Ethan Hawke), un vampiro que trabaja en la investigación para encontrar un compuesto sustitutivo de la sangre para salvar así la raza vampírica y, de rebote, los últimos restos de la humanidad.

Cuando la película se mueve por estos derroteros resulta interesante, pero lamentablemente los directores no aguantan el pulso con la cordura, con el hilo de su propia historia, y la película se pierde. De pronto el susitutivo de la sangre ya no interesa porque obtienen una cura del vampirismo que no llega ni a proponerse como solución, las investigaciones se sustituyen por escenas de acción y gore dignas de la serie B y el hecho que los vampiros hambrientos se transformen deja de tener importancia. Y todo esto para no llegar a ninguna parte.

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Es como si los hermanos Spierg hubieran sido víctimas del hambre y terminaran perdiendo el norte como sus vampiros. Por esto lo único que salva la película son las buenas intenciones iniciales, un acojonante Sam Neill y el desparrame gore del final, que aunque representa la catarsis decadente del film, almenos te ríes un rato.

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