‘Moneyball’, la fórmula ganadora

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La imagen de Brad Pitt sentado en un estadio vacío apagando y encendiendo la radio de forma compulsiva es muy reveladora de los parámetros en los que se mueve Moneyball y su protagonista, Billy Beane (Brad Pitt), una promesa fallida del béisbol que ejerce como mánager de los modestos Oackland Athletics con el ambicioso objetivo de hacerlo campeón.

De la misma forma que La Red Social era una película sobre el Facebook que no hablaba del Facebook, Aaron Sorkin y Steven Zaillian destilan la visceralidad inherente al deporte para construir una conmovedora historia enmarcada en la tensión y los valores de la competición, entonando el viejo principio que dice que lo importante no es ganar, sino cómo jugar.

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La película funde el pasado como jugador de Billy Beane con su presente como mánager contraponiendo sus objetivos y sus prioridades con su experiencia adquirida no sólo en el deporte, sino también a lo largo de su vida.

La compleja elaboración del protagonista hace que funcione la ambiciosa apuesta del film a la hora de contraponer el lado más pragmático del deporte (el dinero, las estadísticas, la división de roles) con su vertiente intangible, la que lo hace realmente emocionante, correspondiente a la intuición y al talento.

Moneyball no es tanto la crónica de una victoria como un recuerdo de lo efímero del éxito, es una película sobre la verdadera trascendencia, un relato inspirador e intenso cargado de valores que precisamente resulta apasionante porque su una universalidad está por encima del béisbol, del deporte y de Billy Beane.

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