Alguien dijo que de poetas y de locos, todos tenemos un poco… sin embargo, en estos días tendríamos que añadir: de cuentistas y de locos… muchos tenemos bastante. Nacemos cuenteros, y si el nacimiento fue en el Caribe, definitivamente, tenemos qué contar. Unos lo llevamos en la sangre porque lo aprendimos con nuestros viejos; otros lo llevan en los sueños, porque la vida misma se encargó de enseñarles. Aquí (en Puerto Rico) inventamos historias por diversas razones (y todas válidas): darnos a conocer, excusarnos, exorcizarnos, fantasear o denunciar.
Entre los cuentistas que ha dado mi islita, destaco a uno que ha puesto su mirada en la calle, siempre afuera, y muy especialmente en la esquina que algunos no quieren ver. A él le dedicamos estas pinceladas por ser cuentero, ensayista, novelista, dramaturgo, y en todo grande. Su nombre, Luis Rafael Sánchez. Nació en Humacao (1936). Desde joven quiso ser actor. Estudió en la Universidad de Puerto Rico, en México, Estados Unidos y en Europa. Completó los grados de bachiller y maestro en Artes. Inició su doctorado en Letras en la Universidad de Columbia, Estados Unidos, pero lo concluyó en la Complutense de Madrid. Trabajó en la radio, y posteriormente dictó cátedras en universidades norteamericanas y en la de Puerto Rico. Con el paso del tiempo, se dedicó, no a las tablas, sino a la construcción de historias y personajes.
Afirma el autor que la radio, el cine y la televisión han sido elementos claves en su obra. Indiscutiblemente, haber pertenecido a un barrio pobre también le permitió convertirse en un obrero diestro de modelos callejeros. Puede inventar cualquier personaje y hacerle transitar cómodamente con toda su angustia y su dolor, con toda su miseria y sus derrotas. La atención que le ha ofrecido a este mundo desposeído en el que proliferan todo tipo de males sociales atestiguan su gran sensibilidad. Ha reparado consistentemente en aquellos que son inexistentes para un nutrido grupo de la sociedad. Sabe a ciencia cierta lo que esto significa. Y lo denuncia, porque le importa.
Luis Rafael Sánchez está ligado a lo mejor de la narrativa y la dramaturgia puertorriqueña. Entre sus obras destacan los dramas: Los ángeles se han fatigado y Farsa del amor compradito (1960), Sol trece interior (1961), La hiel nuestra de cada día (1962), La Pasión según Antígona Pérez (1968) y Quíntuples (1985). Obras cuyas representaciones teatrales han visto ya varias décadas. Su novela La guaracha del Macho Camacho (1976) ha sido ampliamente reseñada. De publicación más reciente son los títulos La importancia de llamarse Daniel Santos (1989) y el libro de ensayos No llores por nosotros Puerto Rico; en el que nuevamente trata, entre otros, el tema del prejuicio racial y la absurda negación de algunos frente a nuestra innegable antillanía.
Su producción literaria incluye la compilación de cuentos que hoy reseñamos: En cuerpo de camisa. En su primera edición (1966) se publicaron once cuentos; en la segunda, doce; y en la quinta (1990), un total de quince relatos. Llama la atención inmediata la vigencia de esta obra en el presente (2007). Su estilo pegajoso, probablemente por lo familiar y callejero incluye refranes, puertorriqueñismos, dichos, cantares, letanías o sentencias que validan la cotidianidad de la masa, de la gente del pueblo. Vemos en estos relatos un manejo novedoso del lenguaje.
Su ojo experto retrata el acontecer diario, el relajo y la bachata puertorriqueña de la calle; unidos al dolor y al sufrimiento de las vidas que recrea. Sus personajes protagónicos son los juanes y las juanas del pueblo: los antihéroes marginados que representan la historia “no oficial” de esos seres fantasmales de cualquier pueblo del mundo. Esta es la gran metáfora del autor: lo callejeramente humano. Seleccionar un solo cuento de esta antología es una tarea difícil. No obstante apuntaremos hacia aquellos que han ganado consistentemente el favor de estudiantes, maestros y literatos puertorriqueños. Significativos por lo dolorosamente humanos son los relatos de la prostituta que alberga un claro sentido maternal en Tiene la noche una raíz; el de la adolescente mulata que se entrega al mundo desenfrenado del ritmo y la pasión sin pesar en las consecuencias en Aleluya negra; el falso ciego que mendiga en una comunidad religiosa en La Maroma; y la patética historia del joven negro y homosexual que es acosado por sus vecinos en ¡Jum!. Añado a estos, el de la pareja adicta que comercia con sus cuerpos y sus sentimientos para obtener la anhelada “cura” o droga en el impresionante relato “Que sabe a paraíso”.
Si quieres conocer el Puerto Rico de la calle, el de la angustia y la marginalidad; el de seres fantasmales para los que a veces no tenemos ojos, te recomiendo uno de mis cuentistas favoritos: Luis Rafael Sánchez. Te aseguro que una vez lo leas, no lo olvidarás. Probablemente veas también con nuevos ojos esas sombras universales que mueren lentamente en las esquinas sin que se altere el ritmo social.