Una biblioteca andante sobre ruedas

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En las grandes ciudades estamos acostumbrados a tener inmensas bibliotecas llenas de libros. Tantos que puede que  lo largo de toda nuestra vida no nos dé tiempo a leer. Sin embargo, en los pequeños pueblecitos no tienen tanta suerte y en ocasiones, ni siquiera cuentan con un lugar en el que reunirse para leer. Pero todo tiene solución y esta es la historia de lo que pueden llegar a hacer los amantes de la literatura.

Esta historia tiene lugar en Todd, un pequeño pueblo de 700 habitantes a unos 170 kilómetros de Buenos Aires. Elisabeth Blanco, un apicultora de 52 años, decidió llevar la literatura al pueblo, ya que sus habitantes no tenían otra forma de llegar hasta los libros. Así, con una bicicleta y una pequeña cesta, compartía su cultura con los vecinos.

Su labor fue reconocida por la Fundación Santillana, que le otorgó uno de los premios Viva Lectura que entrega cada año en la Feria del Libro de Palermo. La mujer llevaba los libros y los dejaba allí, y a los pocos días volvía para ver si las lecturas le habían gustado a los habitantes de este pequeño pueblecito rural.

La iniciativa empezó a crecer y el centro de jubilados del pueblo acabó convirtiéndose en una pequeña biblioteca. Poco a poco llegaron donaciones de vecinos, habitantes de otros pueblos cercanos y niños del colegio. Al final todo esto se convirtió en una biblioteca filial de la del municipio de Arrecifes, situado a 10 kilómetros del pueblo, y cuentan con un club de lectura y un cineforum.

A pesar de tener esta sede, Elisabeth aún sigue llevando libros a las casas de los vecinos más alejados del pueblo, los que viven en plena naturaleza. Todo un ejemplo de amor por la lectura y la cultura.