Aquella Decisión: El Médico que Permaneció en Goma

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"Tenía que estar allí”: El médico que no pudo abandonar Goma

En las semanas previas a la caída de Goma, el doctor Thierno Balde, un médico guineano de 44 años, enfrentaba noches de terror mientras dormía con un casco y un chaleco antibalas junto a su cama. Los ecos de los proyectiles desgarraban la calma del hotel donde se alojaba, y el incesante sonido de los disparos lo mantenía en vilo. Con la esperanza de que la ciudad resistiera el asedio, Balde se aferraba a un hilo de optimismo hasta que, a finales de enero, recibió la orden de evacuar de inmediato, junto con el resto del personal internacional.

«Tomamos el último vuelo que salió», recuerda el médico. Horas después, el grupo rebelde M23, respaldado por Ruanda, tomó el control de Goma. Para muchos, esta habría sido la conclusión de la historia, un escape por poco y el final de una misión. Sin embargo, a pesar de su evacuación, Balde sabía que regresaría. La única incertidumbre era: ¿cuándo lo haría?

De regreso en Dakar, donde dirige el centro de emergencias de la Organización Mundial de la Salud para África Occidental y Central, Balde no podía quitarse el desasosiego. Las noticias de masacres de civiles llegaban continuamente desde Kivu del Norte, y cada relato lo afectaba profundamente. Dos semanas después, el día de su cumpleaños, fue asignado para liderar la respuesta de la OMS en el este del Congo. Decidió no contarles a sus padres en Conakry, su ciudad natal, por miedo al pánico que podría generarles.

Pasaron cinco días antes de que Balde pudiera regresar a Goma, un viaje complicado por el cierre del aeropuerto y los múltiples puestos de control en las carreteras. A su llegada, la ciudad se encontraba en ruinas: los hospitales estaban colapsados; la electricidad había desaparecido; y el temor se reflejaba en cada rostro. La situación era devastadora; su equipo de colaboradores estaba agotado, y muchos habían luchado por mantener en pie el frágil sistema de salud.

A pesar del caos, la OMS encontró una ventaja: sus almacenes no habían sido saqueados y pudieron proporcionar combustible, kits médicos y equipos necesarios. Sin embargo, los informes sobre un elevado número de muertes complicaban aún más la situación; se hablaba de hasta tres mil víctimas. Balde y su equipo tuvieron que apresurarse a enterrar a los muertos para evitar brotes de enfermedades.

En su primer día de regreso, el cólera apareció como una nueva amenaza, con los primeros casos en un campamento donde cientos de soldados y sus familias buscaban refugio. Las condiciones de higiene eran deplorables y la enfermedad se propagó rápidamente. Balde se encontró luchando por gestionar la crisis en medio del desbordamiento del sistema sanitario.

La tensión no solo la generaban las enfermedades. Cuando hombres armados irrumpieron en el complejo de la OMS, Balde supo que debía establecer algún tipo de entendimiento con las nuevas autoridades para continuar su labor humanitaria. Así, decidió acercarse a ellos y comunicó la importancia de su trabajo: «El Ébola puede afectar a todos, el cólera puede afectar a todos. Estamos aquí para contenerlos». Este encuentro abrió un canal de comunicación, aunque frágil.

A medida que se sucedían los días, Balde enfrentó jornadas agotadoras, en un entorno donde el miedo y la incertidumbre eran constantes. Al concluir su misión de dos meses, su salud se había visto afectada, dejando su organismo visiblemente alterado, lo que subrayaba el sacrificio personal que implica trabajar en tales condiciones. Aun siendo un veterano de crisis humanitarias, Balde confesó que la experiencia en Goma lo había marcado profundamente. A pesar de las dificultades, una y otra vez recalca: «Tenía que estar allí».
Fuente: ONU últimas noticias