En la lengua wayuunaiki, el idioma del pueblo wayuu, no hay una palabra específica para «cambio climático». Esto puede reflejar la realidad de una comunidad que ha lidiado con los rigores de un ambiente inhóspito desde tiempos inmemoriales. La lucha de los wayuu contra la inclemencia del clima se ha transformado en una batalla ancestral, donde un humilde frijol se erige como un símbolo de su resiliencia frente a las adversidades.
Los wayuu habitan en La Guajira, una región árida que se extiende por el extremo norte de Sudamérica, entre Colombia y Venezuela. Con un entorno marcado por el sol abrasador y escasas precipitaciones, esta tierra enfrenta desafíos significativos para la agricultura. En esta dura realidad, el frijol kapeshuna, conocido popularmente como frijol guajiro, ha emergido como un aliado esencial. Cultivado durante generaciones, este frijol no solo sustenta a la población de más de 600 000 wayuu, sino que simboliza una conexión profunda con sus ancestros y forma parte de su identidad cultural.
«El frijol guajirito es muy importante para nosotros porque crece rápido: en 45-50 días ya lo podemos cosechar. También aguanta mucho calor y condiciones secas», comparte Manuel Montiel, un miembro de la comunidad de Ipasharrain. Este frijol se convierte en un suministro vital de alimentos incluso durante los períodos de escasez de lluvia. A medida que Manuel explora el campo, destaca que la diversidad de colores en las vainas refleja su madurez. «Cada color nos habla de la madurez del frijol», explica, mientras comparte la cosecha con su familia para preparar un festín comunitario.
La resiliencia de los wayuu ha sido puesta a prueba por las inclemencias del clima en las últimas décadas, con eventos de El Niño que han alterado los patrones de lluvia y provocado sequías severas. Entre 2012 y 2016, La Guajira sufrieron una sequía devastadora, afectando a más de 900.000 personas, donde el hambre y la desnutrición se convirtieron en realidades diarias. A pesar de la adversidad, su conexión con el frijol guajiro les ha permitido mantener un nivel de sustento, incluso en tiempos difíciles.
Recientemente, la comunidad de Ipasharrain se ha beneficiado de una iniciativa de la FAO para abordar estos desafíos. Gracias a un sistema de riego recuperado, media hectárea de tierra se ha destinado a cultivar alimentos, lo que ha fortalecido su capacidad para resistir sequías. «Antes, estábamos a merced de un cielo que podía permanecer seco durante meses. Ahora, tenemos un próspero campo comunitario», afirma Manuel, aludiendo a la transformación de su entorno.
El programa SCALA, promovido por la FAO, busca combinar el conocimiento tradicional de los wayuu con prácticas agrícolas innovadoras. Actualmente, se están implementando técnicas que optimizan la gestión del agua y mejoran las condiciones del suelo, asegurando así una producción alimentaria sostenible. Este enfoque no solo respeta las tradiciones locales, sino que también incorpora nuevos cultivos para diversificar la dieta y mejorar la seguridad alimentaria.
Las mujeres wayuu, como Ana Griselda González, desempeñan un papel crucial en esta transformación, seleccionando y conservando las semillas del frijol guajiro. Su papel como guardianas del conocimiento ancestral es fundamental para la continuidad de este cultivo esencial. «Hace años, guardábamos semillas con ilusión, pero el cambio climático nos ha robado la lluvia y la posibilidad de sembrar», expresa Sandra Medina, líder de otra comunidad wayuu que también está trabajando con la FAO.
Hoy en día, con el apoyo de programas como SCALA, las comunidades están redescubriendo la importancia de los recursos locales y reafirmando su conexión con la tierra. La agricultura diversificada está empezando a florecer, proporcionando no solo alimentos, sino también un sentido renovado de esperanza. Mientras los frijoles guajiros se cultivan con éxito, se vislumbra un futuro donde la comunidad no solo preserva su identidad cultural, sino que también enfrenta con valentía los desafíos del cambio climático.
Fuente: ONU últimas noticias