Lo que debía ser una estremecedora historia de violencia alrededor de un niño que va dejando rienda suelta a su ira no es más que un discurso panfletario entorno a la problemática existente del entorno social que puede desembocar en un comportamiento violento entre los niños.
I want to be a soldier no llega nunca a resultar creíble por el constante desfile de tópicos que suceden en la película, ya que todo lo que ocurre es llevado al límite de una manera muy forzada y la evolución del chaval es más comprensible que evocadora y propicia a la reflexión.
Empezando por el buen hijo que quiere ser astronauta hasta el niño malote que juega con navajas y fuma en los lavabos, pasando por el nacimiento de sus hermanas (y el consiguiente descenso de atenciones para él), el divorcio de sus padres o una programación televisiva en la que sólo hay imágenes de la guerra; el trazado de I want to be a soldier es un circuito conocido que prácticamente no da opción a la libertad de desarrollo del personaje y, por lo tanto, no despierta interés ni deja lugar a la sorpresa.
Christian Molina tampoco arriesga con sus premisas y ofrece una película excesivamente light y sólo es capaz de encoger el estómago con un par de escenas (cuando el niño pone una navaja en manos de sus hermanas pequeñas es el momentazo de la película).
Si a todo esto le sumamos el poco juego que da el reparto de secundarios absolutamente plano, lo único que queda de I want to be a soldier es una película insípida y prescindible, cargada con un mensaje simplón que no cuenta nada nuevo y queda muy lejos de explorar las consecuencias de esta realidad subyacente de la sociedad actual.