Segunda parte. Ha vuelto a ocurrir. Ahora en Tailandia. Repetición. Repetición. Repetición pero en otro sitio. Resacón 2 invita a preguntarse cómo debe ser y/o qué debe esperar uno de una secuela y lo cierto es que la historia del cine ha dejado un baremo muy amplio entre el calco (léase, por ejemplo, un Solo en Casa 2 o la misma Resacón 2) o un cambio de tercio radical (como los que se han hecho, con fortuna dispar, en Los Inmortales 2 y [REC] 2).
Aunque la primera opción parezca sin duda la más cómoda no quiere decir que haya un desgaste de la fórmula que pueda notarse en el rendimiento comercial o en las opiniones de crítica y público. Resacón 2 en particular resulta fascinante porque Todd Phillips, el padre de la criatura, le ha dado a estas comedias post-etílicas el don de la universalidad más eficiente, este que te permite reírte incluso teniendo la acertada sensación de que ya has visto la película, pues estructural y argumentalmente es exactamente igual que Resacón en las Vegas.
En Resacón 2 la imposibilidad de sorprender se sustituye subiendo el nivel de locura a la que acompaña muy bien el cambio de localización, dejando atrás la febril Las Vegas para convertir la peligrosa Bangkok en la nueva pista de baile, un terreno más propicio al cine policiaco que a la comedia. Por esto y por la trabajadísima calificación R (lo que aquí vendría a ser para mayores de 18) debido a la elevada carga de chistes con escatología sexual de amplio espectro, violencia explícita, diferencias étnicas y menores de edad, Resacón 2 rompe fronteras e invita a la diversión sin tapujos gracias, de nuevo, a algo tan universal como la resaca, el desenfreno de una noche loca y el humor irreverente e incorrecto de pedo y porrazo tratado con alegre mal gusto.
La lancha que aparece hacia el final está bautizada como “The Perfect Life”, La Vida Perfecta, y probablemente resume el espíritu desenfadado de Resacón en las Vegas y Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia!, dos excusas para pasarlo en grande festejando en terreno prohibido hasta el punto que las lagunas mentales y el dolor de cabeza de la mañana siguiente sean motivo de felicidad absoluta.