El comienzo del año es una celebración ancestral que ocurre en diversas culturas del mundo. De acuerdo a la tradición judía, el Rosh Hashaná (año nuevo) se celebra en septiembre/octubre por considerar que en ese mes (thisrei) Dios creo al mundo hace 5,768 años. La festividad inicia la noche previa y abre un período de meditación, auto-análisis y arrepentimiento que finaliza con el día del perdón (Yom Kippur).
A su vez, Diwali (Festival de las Luces) es un festejo hindú de cinco días que se celebra en octubre/noviembre y conmemora la victoria del bien sobre el mal protagonizada con el regreso de Lord Rama, después de librar una batalla de fortaleza y virtud para derrotar a Ravana (monarca de Lanka) quien tenía secuestrada a su esposa Sita. Al retorno, Rama es coronado rey de Ashoka y emperador del mundo, con lo cual inicia un reinado de felicidad, paz, prosperidad y justicia hace once mil años. El primer día, se abren las ventanas para recibir a Laksmi (diosa de la Fortuna). El segundo se rinde culto a Kali (diosa de la Fortaleza) y se promueve abolir la pereza y el mal. El tercero las lámparas se encienden para simbolizar conocimiento y reflexión respecto de los buenos propósitos. El cuarto se cierran las antiguas cuentas y se alienta a eliminar el enojo, el odio y la envidia. El último se recuerda a Bali (antiguo rey hindú) con objeto de ver lo bueno en el prójimo, incluido el enemigo.
El origen del Festival del Año Nuevo Chino se remonta miles de años atrás en una fábula que alude a un pueblo que fue destruido por Nien (monstruo maléfico) una noche de invierno. Anticipando una nueva visita, los pobladores utilizaron artificios rojos, tambores y gongs para ahuyentar a la bestia. El rojo simboliza el fuego y durante mucho tiempo se ha creído que espanta al mal y la mala suerte. El plan tuvo éxito y la celebración duró varios días. El festejo se inicia el día 24 del decimosegundo mes lunar. Se cree que en esa fecha, los dioses ascienden al cielo para presentar sus respetos al Emperador de Jade. El mismo día, se pegan “coplas de primavera” alrededor de la casa (escritos con bendiciones y palabras de buena suerte). El quinto día se quitan las ofrendas y la vida retorna a la normalidad. Sin embargo, la celebración no solo es diversión, y ciertos tabúes y supersticiones de esa temporada se mantienen (i.e. se prohíbe hablar de la muerte; hay que mantener encendido el incienso y las velas de los altares para llamar a la longevidad, etc.). Esta festividad iniciará el próximo 7 de febrero y con ello dará inicio el año 4,706.
En el cristianismo, el año nuevo no rememora ningún acontecimiento especial. El mundo occidental establece el inicio del año en honor a Juno (Ianus: que mira delante y detrás. Dios protector de las puertas y los comienzos, representado con dos caras; una barbuda y vieja y otra joven). El 1 de enero, Ovidio imaginó que dicha deidad se le apareció y, desde entonces, los romanos invitaban a comer a los amigos y regalaban ramos de laurel u olivo procedentes del bosque sagrado de Strenia (diosa de la salud) como augurio de buena fortuna y felicidad. De esto proceden los “strenae” romanos (obsequios de año nuevo) que incluían jarros de miel con dátiles e higos conteniendo la leyenda: “para que pase el sabor amargo de las cosas y que el año que empieza sea dulce”.
¿La transformación?, ¿El arrepentimiento?, ¿Los remordimientos?, ¿La ingesta de sustancias tóxicas?, ¿La simple emoción del momento?… qué sé yo lo que pudo influir en usted para alentarle a emitir, con ingenua inconsciencia, un vasto surtido de promesas de redención y buenos propósitos. ¿No recuerda? Tal vez a quince días de distancia, la noche de año viejo haya sido selectivamente borrada de su memoria; si es así, asunto resuelto, a veces así funciona nuestro prodigioso sistema inmune. Ahora que, si el recuerdo aún yerra por su mente y siente que el esqueleto flaquea ante la tentación que prometió erradicar o, más aún, si ya sucumbió víctima de su sortilegio y encanto… reconózcalo, es usted de esas personas… ¡qué no tienen remedio!
Y cuando digo esto, en evidencia, no tengo la intención del desahucio. Tampoco, por supuesto, de descalificarlo por la falta de voluntad para emprender grandes transmutaciones; por el contrario, si hubiese algo que reprochar sería la reincidente actitud que le lleva a la insufrible oblación en aras de mejora. Por tanto, me parece recomendable evitar la frustración.
Salgamos del embrollo con dignidad. Para ello, usted cuenta con tantas oportunidades como festejos de año nuevo he referido. La más próxima es el 7 de febrero. Celebre con fervor el inicio del nuevo ciclo. Ahí, atendiendo a su inagotable costumbre de hacer votos, simplemente propóngase -lleno de convicción-, retractarse de cualquier promesa previa e incongruente. Después, acéptese de una vez por todas, evite los remordimientos recordando a Nietzsche, que los define “como la mordedura del perro en la roca”; así de estúpidos pues y, sobre todo, por ningún motivo se desilusione de usted mismo (ilusión en la virtud lúdica que le otorga la raíz: ludere, “jugar”). Es indudable que “los condenados a muerte», tenemos derecho a ciertas licencias…
Concluya el rito, evocando y repitiendo un sagrado «mantra» de Neruda (Pido permiso para nacer): Sin más queja, dolido y reparado / por la caricia de este útero abrazante, / aquí estoy: recíbanme. Soy digno. / Me perdono y perdono a quien me hiriera. / Vengo a darles y a darme íntimamente / una nueva ocasión de parimiento / a la vida que siempre mereciera. / Me la ofrezco y la tomo. Me redimo. / Con permiso o sin él, YO me lo otorgo: / me doy permiso para sentirme digno, / sin más autoridad que mi Conciencia. / Bendito sea este Renacimiento.
José Gutiérrez Llama (México, 2008)