Si la americana Terri Raines, nacida en Oregon, no hubiera comprado un puma como mascota, nunca habría viajado a Australia donde su vida dio un vuelco completo. Como bióloga se interesó por la suerte de los animales abandonados, heridos y maltratados y tenía una pequeña empresa de servicios. Viajó a Australia con la idea de buscar un lugar apropiado para su puma. Durante una visita al zoológico de Queensland observó a Harriet, una de las enormes tortugas capturadas por Charles Darwin en los Galápagos y llevada al viejo mundo en el navío Beagle. En el zoológico Terri conoció a Steve Irwin, el Cazador de Cocodrilos, quién creció entre pitones, lagartos y arañas venenosas y sabía más que nadie sobre los peligros del «outback«. Fue amor a primera y pasión por los animales lo que los unió y les llevó a casarse.
Compré el libro «Steve y yo» escrito por Terri Irwin, empujada por la curiosidad de saber cómo es la existencia de alguien al que admiré en especiales del canal de televisión Animal Planet, dando de comer carne fresca a los cocodrilos, luchando con un ejemplar enorme y fuerza descomunal– poseedor de una hilera de dientes capaz de arrancar una pierna de un mordisco. Sin embargo, Steve parecía no sentir el menor temor por estos «crocs«, como les llamaba y se atrevía a salir en busca de las víboras más venenosas, sabía cómo cogerlas con las manos y meterlas en una bolsa. Trabajó muchos años para el gobierno australiano. Cuando le notificaban que algún lagarto molestaba a la gente, causando pánico con su presencia, Steve acompañado de su perro y un bote pequeño iba en busca del ladino y lo capturaba con sus manos peladas, lo echaba en su bote y lo trasladaba a otra región donde pudiera vivir tranquilo, lejos de las persecusiones y los balazos. Amaba siceramente a estos reptiles, les hablaba con cariño y les trataba como seres que merecen respeto.
Lo que muchos ignoran es que Steve Irwin formaba parte de un equipo científico dedicado a la investigación sobre la costumbre de los reptiles, porque era una verdadera autoridad en el tema. Con el dinero ganado en la televisión adquirió extensos terrenos para reforestarlos y albergar a especies en peligro. Este hombre se encontraba en su elemento en la naturaleza silvestre donde recargaba sus baterías. Parecía tener un contacto espiritual con los reptiles y poseía un sexto sentido que le permitía predecir ciertos acontecimientos, dormía poco y trabajaba como un coloso, era multifacético, se ocupaba de muchas cosas a la vez y poseía una memoria increíble. Desbordaba de entusiasmo por lo que hacía y contagiaba a los demás en sus proyectos. Era común que luego de haber atrapado varios lagartos en una jornada, se pusiera a cocinar para veinte o treinta personas. Cuando algo le preocupaba, se sentaba frente al fuego, sumido en callada contemplación.
Cuando las primeras páginas de un libro no me conmueven o no despiertan mi interés, lo dejo. Este libro está muy bien contado y no lo dejé sino hasta el final. Sus páginas están plagadas de historias verídicas, de un amor incondicional, que me mantuvieron al borde de la silla: la historia de la familia Irwin y las múltiples aventuras en un mundo sui generis que estoy segura poca gente tendrá oportunidad de experimentar. Abunda la información sobre las especies salvajes en peligro de extinción. Pienso que es un excelente material de lectura para los ecologistas, los ambientalistas, los activistas y para todos aquéllos interesados en preservar la naturaleza. También lo recomiendo para los que tienen temor a los reptiles.
Steve siempre supo que su vida sería corta y su muerte rápida. Luego de que fuera letalmente herido en el corazón por un pez mantarraya, a los 44 años de edad, en el año 2006, el gobierno australiano decidió adquirir 320,000 acres en Cape York y lo denominó Reserva Salvaje Steve Irwin, de protección a la fauna y flora nacional.