Los Mercenarios es la forma que tiene Sylvester Stallone de dar las gracias a este cine de sudor y cerveza que tanto a él como a otros les ha convertido en estrellas y les ha dado la gran vidorra a costa de Hollywood, pues estamos ante un residuo de antaño, un último suspiro de este cine tan prolífico que encuentra en el sofá, la tele y un espectador con ganas de marcha ajena su hábitat natural.
Estábamos todos equivocados cuando pensamos que Los Mercenarios era un homenaje al cine de acción más macho y más sucio, no lo es para nada. Los Mercenarios es una especie de reunión de sabuesos de ayer, de hoy y de mañana, una apología del «tiodurismo» y una reivindicación de estas películas testosterónicas, esas grandes películas para tíos de pelo en pecho relegadas a la segunda fila de la industria. No en vano el título original es «The Expendables», algo así como «los prescindibles», situándose hábilmente y con orgullo en el lugar que le corresponde.
Si bien es cierto que hay cierto espacio para el recuerdo y el guiño, Sly jamás se ocupa de gastar el tiempo en echar la vista atrás y decir «mirad lo que fuimos», sinó que plantea una sencilla historia hecha a huevo para llenarla de tiros, explosiones y cuchillos gigantes para poder decir con la cabeza bien alta «mirad lo que somos, esto es lo que hacemos». ¿Y qué hacemos? Pues juntarnos con los amigotes, beber cerveza, echarnos unas risas y jugar a ver quién mea más lejos.
No quiero entrar en términos cinematográficos sobre guión, dirección o montaje, entre otras cosas. Sinceramente, Sly debía estar borracho mientras dirigía porque la película es chapucera de cojones, de derribo, no se aguanta por ningún lado, es simplona, llena de clichés y dista bastante de esta acción robusta a la que pretende remitir, cayendo más en el rollo videoclipero y coreográfico de las películas de acción más recientes, una solemne cagada consecuencia de un nefasto trabajo de producción, que a pesar de todo va a funcionar porque es una película de cuatro duros que va a recaudar un pastizal.
Olvidaos de ese director académico y pulcro que vimos en Rocky Balboa o del director brutal que dirigió la espectacular John Rambo, no está aquí. Aquí lo que hay es una película que pasa entretenida sin serlo, una cinta de acción descafeinada por una chulería que tira p’atrás y que jamás transmite una cierta sensación de peligro necesario para que fluya la adrenalina, requisito indispensable en una cinta de acción. Definitivamente, no hay nada a lo que agarrarse más allá de la nostalgia y el infinito carisma del reparto entregadísimo.
A Los Mercenarios la salva esto, que las vacas sagradas no se tocan, la salva una sincera camaradería entre los integrantes del grupo de rompecuellos y la simpática empatía que generan en el espectador. También la salvan algunos chistecicos de media carcajada y, sobretodo, Los Mercenarios no acabará ardiendo por la predisposición del público a que le guste esta película anunciada a bombo y platillo con una potente campaña de marketing y ya calificada como uno de los fenómenos del año, con permiso de Christopher Nolan.
Yo la recomendaría porque en el fondo uno lo pasa bien participando de la anécdota que propone Sly, vale la pena cerrar un poco el ojo crítico y tragarse una película de aprobado raspado para ver a toda la tropa reunida o para vengaros de vuestra novia que os obligó a ver Sexo en Nueva York. El motivo es lo de menos.