Todas las historias, aunque se desarrollen en otros planetas o hablen de fantásticos dragones, son en gran medida autobiográficas. Cada escritor tiene sus propios valores, creencias y obsesiones, producto de su experiencia vital, y sus historias (consciente o inconscientemente) están concebidas para reflejar su percepción del mundo y para producir en el lector una emoción específica.
Así, cada historia concreta que leemos depende mucho del carácter y la experiencia del escritor que la ha creado: Charles Dickens, por ejemplo, cuyo padre fue encarcelado por deudas, escribió una y otra vez sobre niños solitarios en busca del padre perdido. Las obras de Moliére, crítico de la idiotez y depravación de la Francia del siglo XVII, parecen un catálogo de vicios humanos. Patricia Highsmith, que en sus novelas adopta el punto de vista del criminal, nos dice: “Tal vez lleve dentro de mí un impulso criminal grave y reprimido, pues de lo contrario no me interesarían tanto los delincuentes o no escribiría sobre ellos tan a menudo”.
Esto no quiere decir, claro está, que Dickens y Oliver Twist sean la misma persona, ni que Moliére fuera un egoísta degenerado, ni que Patricia Highsmith haya matado a nadie. Pero sí que es casi seguro que Dickens se sintió más de una vez desamparado; probablemente Moliére conoció personalmente a algún que otro avaro, y también a algún hipocondríaco; y no es difícil imaginarse como la Highsmith, sentada a la mesa de un bar, levanta la vista de un periódico tras leer la noticia de un asesinato cualquiera, y piensa: “¿Pero qué le pasaría por la cabeza a este hombre…?”
Los escritores parten de su propia realidad, se nutren de las experiencias que han vivido y de los sentimientos que han experimentado, y los transmiten a sus personajes para darles vida, credibilidad y autenticidad. Sin embargo, no lo hacen de forma literal, sino que toman los hechos de la vida cotidiana, hechos vividos, leídos, narrados o imaginados, y los transforman en materia literaria. Extraen la esencia, el sabor, la sensación, los motivos de una historia real y la reconstruyen, cambiando las anécdotas, las situaciones, el contexto, hasta que el acontecimiento primitivo se vuelve irreconocible. Sin embargo, las reacciones emocionales que provoca en el lector la historia imaginaria por ellos elaborada son análogas (al menos idealmente) a las originadas en el escritor por la historia real que sirvió de base. Esto es lo que se llama transubstanciación literaria.
Un caso muy claro que podría servirnos para comprender el mecanismo de la transubstanciación es la escena del ataque a la Estrella de la Muerte en la primera película de La guerra de las galaxias. Según declaraciones de George Lucas, las conversaciones entre los pilotos de las naves de la resistencia que participan en el ataque están basadas o adaptadas de conversaciones reales entre pilotos de cazas de la II Guerra Mundial. Nadie, ni siquiera Lucas, sabe lo que dirían unos pilotos intergalácticos auténticos, pero ahondando en su memoria Lucas encontró entre sus recuerdos infantiles una situación similar a la que quería describir, bien fuera por que alguien se la hubiera contado o por haberla visto en las películas bélicas de los años 40-50. De ese modo, gracias a su experiencia vital (y a la posterior labor de documentación) escribió unos diálogos que transmiten perfectamente la descarga de adrenalina que cualquiera, independientemente de la época y lugar, debe sentir en semejante situación y construyó una escena totalmente verosímil.
Hemos hablado de una historia fantástica, pero la transubstanciación es conveniente e incluso necesaria en toda clase de historias porque la vida real y la literaria no son lo mismo, tienen lenguajes muy distintos. Un texto no va a transmitir más verdad por ser más preciso en la descripción de hechos y lugares cotidianos, en la transcripción de conversaciones irrelevantes o incluso banales, o en la consignación de fechas exactas o lugares concretos, sino por reflejar las emociones, las intenciones, las pasiones humanas que se ocultan tras esos hechos. Así, a la hora de escribir un relato con base real, debemos estar atentos para, con el fin precisamente de ser fieles a esa realidad, transformar al menos parte de la historia, porque no importa que la historia narrada sea históricamente cierta o no, sino que la sensación que deje al leerla sea similar o equivalente a la experimentada por nosotros ante esa realidad.