“El viajero lo saborea todo con sus veinte sentidos, y encuentra aún que son pocos, aunque sea capaz, por ejemplo, y por eso se contenta con los cinco que trajo al nacer, de oir lo que ve, de ver lo que oye, oler lo que siente en las puntas de los dedos y saborear en la lengua la sal que en este momento exacto está oyendo y viendo en la ola que viene del mar abierto” (José Saramago)
Febrero,aún es Invierno. En la esquina de Marzo espera impacientemente la Primavera. Decido pasar unos días en la playa. Esa hermosa playa de cualquier lugar que, en estas fechas, quizá eche de menos el bullicio de los veraneantes, sin embargo, ahora está solitaria. Sus únicas e inseparables compañeras: la arena y el mar que, intentan alegrarle estos aburridos días con su ir y venir de las olas; algunas que otras gaviotas que, despistadas, picotean entre la arena buscando algo de comida; a veces, alzan el vuelo posándose sobre el agua esperando tener más suerte y atrapar algún pez, y otras que juguetean en el aire, rasgado por los graznidos, se dejan mecer hacia la dirección que les lleva el viento de Levante.
Mis pasos van dejando huellas en la húmeda arena. Por unos momentos imagino que, el rumor del mar es un concierto de caracolas acompañado de una coral de sirenas. Las olas siempre en perfecto orden, unas detrás de otras, aunque a veces, se cruzan algunas más traviesas que les corta su ondulante paseo por el recorrido de esa vía que parte desde el horizonte. Al final, cansadas llegan a su destino, se desparraman en la orilla, convirtiéndose a su muerte en una explosión de espuma blanca y pura que desaparece en unos instantes absorbidas por la arena, siempre sedienta, que le espera.
El silencio del viento, también hay que saber escucharlo. A veces, me susurra algún mensaje que desde hace tiempo espero recibir, y de nuevo renace la esperanza perdida.
Observo el horizonte infinito. La mirada se detiene a unos cientos de metros de la orilla. Algunos pequeños barcos pesqueros faenan con sus redes, intentando sacar un “copo” (*) para poder subsistir. Pienso que la mar se está volviendo estéril, por los abusos cometidos en contra de su voluntad. A pesar de todo, sigue siendo tan generosa. Me sorprendo al contemplar el cielo: ¡una extraña banda de gaviotas de vivos colores! Ilusa de mi, son cometas que juguetean a ser pájaros. Desde la orilla, un grupo de alborotados chiquillos se divierten, entre sus manos una guita de ilusión las sostienen.
Decido sentarme sobre la arena, con sosiego quiero contemplar el mar. Las gotas de salitre que salpican las olas se adhieren a mi rostro. Siento mi piel húmeda y tirante. Hace frío. Se me ocurre hundir mis manos en la arena seca y aún tibia. Siento alivio. Huelo a mar, es inconfundible: yodo y brea. Aspiro y expiro profundamente hasta que siento mis pulmones henchidos. A través de mi ropa traspasa la calidez de los rayos de Sol. Pienso que esta vitamina D le viene bien a mis doloridos huesos.
Con mis cinco sentidos alerta, empiezo a contar olas. Creo que puede ser sinónimo de ovejas, en el insomnio que ya padezco.
El silencio en la playa es inmenso. Me embauca e invita a sumergirme en su mutismo. Es un placer sensorial que me transmite paz y tranquilidad en mis desordenados pensamientos. Dudas, decisiones, miedos, sentimientos y emociones poco a poco van ocupando su lugar, clarificándose en mi mente. Recupero la verdadera identidad, momentáneamente perdida.
El viento frío del Noroeste, choca en mi cara. Siento placer. Bajo la mirada, observo la fina arena que, invitada por el viento, se eleva queriendo ser nube. Fallido intento, es arrastrada de un lugar a otro; formando un serpenteado dibujo.
La tarde comienza a decaer y el cielo empieza a sonrojarse, quizá porque se acerca su cita con la noche. Es la hora de esconderse tras el horizonte, lugar secreto para el encuentro ¿qué pasa en este intervalo de tiempo…? ¿El breve encuentro de los amantes? Para amar sólo bastan unos momentos. Eso sí, muy intenso que se convierte en eterno. ¿Cuánto de magia existe en este atardecer en la orilla?
Me percato de que la temperatura ha bajado considerablemente. Siento como mi cuerpo tiembla, tirita y el estremecimiento hace rechinar mis dientes. Suavemente trato de incorporarme, al final, con destreza logro levantarme. Siento la humedad en mi trasero. Levanto la solapa del anorak y me encasqueto el gorro de lana. Una vez más, contemplo la grandeza del mar.
Con paso lento cruzo la banda de arena que me lleva hasta el Paseo Marítimo. Mientras camino, advierto como el viento mueve las grandes ramas de las palmeras, es como una erótica danza en honor de la Luna llena que, tímida, se refleja en el azul Mediterráneo.
De regreso al hotel, hago balance. Sólo me quedan dos días.
(*) Copo: bolsa de red con que terminan varias artes de pesca. Pesca hecha con estos artes.