Es allí donde voy

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En esta columna semanal me gusta compartir los libros que leo y hoy mi autora elegida es  Clarice Lispector.  Me parece que  la mejor forma de hablar de ella es mostrar su escritura. En su libro, «Aprendiendo a vivir«, me da su palabra para expresarme:

“Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí algunas líneas maravillosas, lo cerré de nuevo, me fui a pasear por la casa, lo postergué aún más yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad”. (Felicidad clandestina, cuento.)

Este texto es una fiesta sobre el placer de leer, pero también escribió esto:

“Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay nada para mí en la tierra de los hombres. Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días”.

Clarice Lispector, ha sido reconocida como una escritora extraordinaria en su país y fuera de él. Su escritura, como ya se ha observado por los ejemplos dados, es plena y diáfana, es claridad y desasosiego y, más allá de lo que puedan decir las palabras, su escritura respira y vive su propia vida intensa.

Escribe de manera instintiva, dejando fluir los posos de un alma que se pretende atormentada y que encuentra su bálsamo en lo natural, en lo animal, en la búsqueda de una comunión perfecta con “el otro” que, sin embargo, pocas veces se da:

“Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto y el mundo no va a la deriva, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que colocarme en el vacío”.

La literatura es, más que ninguna otra creación artística, un trabajo que exige del lector para concluirse.

Su trabajo tiene como base el lenguaje, que en ella llega hasta ciertos límites, donde la palabra parece alzarse como una criatura viva. Usa el idioma como un proyecto evolutivo a partir de las pequeñeces; de sus raíces, interpretaciones, códigos, significados y silencios.

“Más allá de la oreja existe un sonido, la extremidad de la mirada un aspecto, las puntas de los dedos un objeto: es allí donde voy. La punta del lápiz el trazo. Donde expira un pensamiento hay una idea, en el último suspiro de alegría otra alegría, en la punta de la espada magia: es allí donde voy. En la punta del pie el salto. Parece historia de alguien que fue y no volvió: es allí donde voy. ¿O no voy?. Voy, sí. Y vuelvo para ver cómo están las cosas”. (Es allí donde voy, de Silencio.)