Las funciones
Roland Barthes, el creador del análisis estructuralista, llamó unidades narrativas a cada una de las frases o enunciados que componían un texto. Distinguía en ellas dos grandes clases: las funciones, o enunciados que presentan acciones y sucesos, y los indicios, que proporcionan datos relacionados con esa acción.
Las funciones son los hechos desnudos, sin ningún tipo de calificativo ni determinativo. Como categoría gramatical estarían representados, básicamente, por los verbos y, en menor medida, por los sustantivos.
Por ejemplo: «El hombre bajó del árbol«. Aquí tenemos una acción pura, intercambiable. El hombre podría ser cualquiera. Evoca una escena en la que un hombre indeterminado (que en la mente de cada uno de nosotros revestiría los rasgos que asociamos al concepto hombre) descendería de un árbol también indeterminado (podría ser un pino, un roble o un manzano, según nuestra imaginación) y podría hacerlo mediante un salto o deslizándose por el tronco (de acuerdo a la noción que tengamos de bajar). Pero en conjunto, representaría un concepto simple y plenamente comprensible para cada uno de nosotros. La acción o el hecho de bajarse de un árbol.
En cambio, si añadimos un calificativo -«El hombre primitivo bajó del árbol«- o cambiamos el sustantivo genérico por uno más específico –»El leñador bajó del árbol«- la cosa cambia. Ya no estamos hablando únicamente de una acción, sino que la estamos colocando en un contexto determinado. Y esa contextualización no corresponde a las funciones, sino a los indicios. Las funciones, repito, son hechos o acciones desnudos.
Las funciones, a su vez, pueden ser núcleos (o funciones cardinales) o catálisis.
Los núcleos son las acciones que dirigen la narración hacia la situación final o desenlace. Abren, mantienen o cierran una alternativa, de manera que encauzan el curso de la acción en determinada dirección. Por ejemplo, el protagonista invita a cenar a una chica; si ella accede, iniciarán un romance; si no accede, él pasará la noche vagando por el puerto, desconsolado, y allí conocerá a otra chica que también acaba de salir de un desengaño amoroso y el romance del relato se producirá con ella. Es decir, la acción invitación más la reacción aceptación/rechazo producirán una transformación muy importante en la historia o en los agentes de la historia, hasta el punto que su modificación o supresión alteraría notablemente el sentido de la narración.
Las catálisis son las acciones o secuencias de acontecimientos que conectan los núcleos entre sí, permitiendo el fluir de la historia. Pongamos que la chica acepta la invitación a cenar del protagonista. La siguiente acción puede ser que él va a recogerla a casa para llevarla al restaurante. O bien, que la chica coge el tren desde el pueblo donde vive para ir a la ciudad donde está el restaurante. O podemos contar lo que hacen cada uno de los dos en las horas previas a la cita, incluyendo la visita de la chica a la peluquería y la del chico al banco para sacar el dinero necesario para pagar la factura. O eliminar toda esa parte y empezar directamente cuando ya están sentados a la mesa.
La elección que hagamos dependerá de las circunstancias concretas de nuestros personajes o del espacio que necesitemos o queramos reservar, ya sea para narrar sus sentimientos previos al encuentro, o para hacer una descripción de su personalidad o modo de vida, o por cualquier otra razón; pero en cualquier caso no alterará para nada el curso que va a adoptar la historia, que es que entre estos dos personajes surge un romance.
En definitiva, las catálisis describen lo que pasa entre dos momentos de la historia y permiten acelerar la acción, retardarla, resumirla, anticiparla, darle un nuevo impulso e incluso despistar al lector. Esta función, puramente discursiva y cronológica, es mucho más débil que la de los núcleos; en éstos, la funcionalidad es, además, lógica y estructural, ya que indican tanto la secuencia de los acontecimientos como las consecuencias que tienen unos en otros.
El análisis estructuralista. 1. Introducción