Hubo un tiempo, cuando el escritor no estaba bien remunerado, en el que las dedicatorias fueron imprescindibles. Unas palabras bien colocadas eran la garantía para obtener un puesto en la corte. A partir del siglo XIX los libros están más demandados y el escritor puede vivir de su pluma.
Luego pasó a ser un acto de agradecimiento que, junto con el regalo del ejemplar, actuaba de desagravio hacia todo aquel que había tenido algo que ver con la consecución de la obra, bien en forma de correcciones o soportando encierros y cambios de humor.
«A mi marido y a nuestros hijos les dedico esta obra terminada en restitución de la atención que por ella les he robado«. Esta es la dedicatoria que María Moliner escribió en su diccionario.
¿Qué función cumple hoy día la dedicatoria, cuando un libro se ha convertido en un objeto fácilmente desechable?
Y, sin embargo, nos sigue gustando dedicar libros y que nos lo dediquen. Es lo que redondea el regalo de un libro si queremos acertar.
Algunas veces, cuando nos regalan un libro sin dedicar, nos cuesta trabajo pedir que nos escriban algo para no encontrar ese gesto de la persona que parece decir: ¿y qué te pongo?, porque supone un esfuerzo para ella. Y es que, aunque la dedicatoria no sea lugar para la creación, sí lo es para la originalidad.
Para muchos lectores, las dedicatorias de un libro son más que curiosidades. Cuando se trata de un escritor favorito, son pequeños tesoros privados. Incluso con el atractivo del diseño se convierten en dedicatorias singulares.
Una dedicatoria es una declaración de intenciones. Hay que elegir lo que se va a decir porque, como todo lo que sucede una vez en la vida, se recuerda para siempre. Son palabras que sólo se dicen una vez a una única persona. Ahí reside su encanto. Ese parrafo escrito a mano nos personaliza y nos distingue tanto a la persona que lo dedica como a la que lo recibe. Risueñas, nostálgicas, extrañas y hasta agradecidas, nos brindan un delicioso instante de placer antes de sumergirnos en la lectura de una obra.
Yo cuido de manera especial mis libros dedicados y, no entiendo cómo en librerías de viejo hay tantos a los que sus dueños no les ha costado desprenderse de ellos. Quizás sea porque dicen que se pagan mejor.
Como la historia de los escritores Paul Theroux y V. S. Naipaul, que eran amigos íntimos hasta que Theroux encontró en una tienda un ejemplar dedicado de su puño y letra a Naipaul. Desde entonces fueron en enemigos íntimos.
Mucho más lamentable es la del escritor que un buen día entró en una de estas librerías y encontró su primer libro, ese que le había hecho más ilusión publicar. Mientras lo hojeaba, se fijó que en una página del principio aparecía su letra. Era la dedicatoria, y decía: «A papá y mamá, con amor».
En unos días se celebrará el día del libro y si quieren regalar vayan agudizando el ingenio por si acaso le dicen: «y ahora dedícamelo«.
De entre todas las que hay, he encontrado una dedicatoria que me gusta, ¿cuál es tu preferida?
Jorge Wagensberg, un científico y pensador español en su libro «Ideas sobre la complejidad del mundo«, dice así:
Dedicado a lo constantemente nuevo,
a la duda metódica,
a la timidez desafiante,
al siempre es ahora
mal que le pese al después,
a la complejidad,
en fin, dedicado a Alicia.