Capri, el refugio de las Sirenas

0
86

Una moneda y un deseo. Así fue como el majestuoso dios Neptuno, de la «Fontana di Trevi», me concedió la dicha: volver a Italia. Aunque se visitara este país durante toda una vida no se agotaría lo que puede ofrecer. Por su forma inconfundible, es uno de los países más fácilmente reconocible en el mapa: la larga península se adentra hacia el sur del Mediterráneo. En mi segundo viaje orienté el itinerario hacía ese punto: la aventura del viaje se convierte en una forma privilegiada de descifrar el lugar que se visita. Situada en el Este, en la parte inferior de la «bota» se encuentra el Golfo de Nápoles, la meta propuesta para poder cumplir un anhelado encuentro. Pequeñas islas emergen del mar como vigilantes perpetuos de su extenso litoral, sólo una era la elegida: Capri. 

Desde el Puerto de Nápoles, tras una agradable travesía llegué a la isla, la más célebre y visitada del Golfo. Tan sólo mide  6 km de largo y 2,7 Km de ancho. Además de la belleza de su entorno, las leyendas y mitos la envuelven en un halo de misterio. Los lugareños cuentan que, una vez fue el legendario refugio de las sirenas. Su canto  hechizaba  a los marineros conduciéndoles a la perdición, encallando las naves en losCapri, el refugio de las Sirenas 9 arrecifes. Por otro lado, la mitología griega refiere que “las sirenas viven en una isla del Mare  Nostrum”, y se situó el lugar en el que ahora es conocido como “El escollo de las Sirenas”. Otra referencia la encontramos en “La Odisea” de Homero, que  relata las aventuras del héroe griego Ulises durante su viaje de regreso a Itaca, y tiene que pasar por esta isla. “Para protegerse del canto de estos seres, Ulises se tapó con cera los oídos y se hizo encadenar al mástil de la nave…” Como dato curioso, Kafka escribió un cuento titulado “El silencio de las sirenas”, que trata sobre el método que utilizó Ulises.

Viajar a Capri es hacer un doble viaje, vertical al asomarse a sus vertiginosos “Farallones” o viajar en el tiempo sin necesidad de moverse del lugar, a través de las culturas arraigadas en la isla. Así se amontonan las huellas del pasado, como dijo la escritora  Margarita Yourcenar: el tiempo, ese gran escultor.  En la isla son pocos e ineludibles los lugares a visitar, en este caso destacaré los que más me impresionaron.

Hacia mediados del siglo XIX empezaron a llegar  visitantes atraídos por el clima y la hospitalidad de sus habitantes. Inevitablemente a sus dos poblaciones principales: Capri y su rival Anacapri, situada monte arriba. Una larga lista de personajes del cine, políticos, pintores, intelectuales, escritores y algún que otro exiliado, eligió la isla como residencia habitual o temporal, y testimoniaron sobre la belleza del paisaje. Sin embargo, Goethe proclamaba “que era un peñasco sin mayor interés”.

Existen dos puertos: Marina Grande y Marina Piccola. Como anécdota: transcurría el año 1.862, el escritor francés Maxime du Camp, hizo una descripción del primero y lo definió “como una pequeña playa, llena de piedras, abarrotada de barcas. Como no había embarcadero, las personas que llegaban eran llevadas a hombro por los marineros…”  En 1.928 se construyó el primer malecón. Capri, el refugio de las Sirenas 10Hoy día es un pintoresco puerto. En la Piazza Vittoria se alinean, frente al mar, las características casas capriotas, típicas por sus terrazas, balcones y galerías con tiestos de flores. El diverso decorado de las fachadas, de las que resaltan el “rojo pompeyano”, dan un especial toque  de color al paisaje. Sobre la grava de la playa reposan decenas de barcas multicolores, y otras ancladas cerca de la orilla, mecidas por las olas.

El paseo alrededor de la isla es agradable si el mar está en calma. Tuve suerte. La costa está formada por altos acantilados de roca calcárea con hendiduras y cuevas. Algunas zonas están cubiertas por una vegetación autóctona, como contraste, el mar de un azul intenso. Pasada la Punta de Gramola se llega a la “Grotta Azzurra” (Gruta Azul). El estado del mar y la tempestiva hora fueron las mejores aliadas. A veces no se puede realizar esta excursión por el oleaje o en la pleamar.

Conocida desde hace mucho tiempo por los pescadores de la zona, en realidad fue “redescubierta” en 1.826  por el poeta Augustu Kopisch y el pintor Ernest Fries. Posteriormente, investigaciones realizadas revelaron que el emperador Tiberio, en el año 30 d.C. había construido un muelle en la cueva y un ninfeo, templo consagrado a las ninfas, divinidades secundarias. Hallaron restos arqueológicos que fueron extraídos del lecho marino y aún puede verse el embarcadero romano. La entrada a la gruta es difícil, la oquedad tiene 1,30 m. de altura, por lo que hay que transbordar a pequeños botes de remos. Éstos son remolcados hacia el interior con ayuda de una cadena. Al entrar hay que tener cuidado con los golpes en la cabeza.

La oscuridad prevalece en el interior, sólo se escuchaba el chapoteo de los remos. Después, poco a poco, descubrí un espectáculo fascinante. Las paredes de la cueva, el agua, laCapri, el refugio de las Sirenas 11 misma barca y los compañeros parecían irradiar una fulgurante luz. Todos los rincones estaban iluminados por un azul turquesa, ora hacia otro lado es aguamarina. En el techo se transformaba en color zafiro. No pude evitar la tentación de tocar el agua con la mano, parecía celeste como el cielo. Todos estos elementos crean un ambiente de mágica seducción. Según el razonamiento que nos explicó el guía a este fenómeno, viene determinada por los reflejos azules de la refracción de la luz solar que penetra por la angosta entrada, y la extraordinaria transparencia azul cobalto se debe a la luz que se difumina bajo el espejo de las aguas, y que se filtra a través de otra abertura submarina. Fue una hermosa experiencia e inolvidable.

Se reinició el recorrido marítimo. Una procesión de barcas similares nos acompañaba. Eran conducidas con gran presteza, a una velocidad que más bien parecía una competición deportiva entre los barqueros. Era divertido. Se avistan muchas cuevas que no son accesibles, otras tantas, como la Cueva de los Santos, La Cueva Roja, Cueva Matermanía, Cueva Verde, son visitables. El barquero chapurreando un poco de español, trataba de convencernos de que eran los refugios de las sirenas, y  a medianoche salían al encuentro de los pescadores.

Pasada la Punta de Tragara, contemplé los “Farallones”, los tres enigmáticos colosos de roca que emergen de las profundidades. Debido a la erosión de las aguas y el viento se han abierto fisuras, cavidades y bellísimos arcos. Estas formaciones superan los 100 metros de altura, algunas gaviotas se atreven a revolotear por sus cimas. Sobre un abrupto acantilado que se adentra al mar, puede contemplarse la espectacular casa que se hizo construir el escritor Curzio Malaparte, el cual al describirla, la definía como “una casa como yo”.

Tras una ansiosa espera, la barca pasó bajo el arco natural del “Farallón del Mezo, o de Stella”, que dejé inmortalizado en fotos. Es la imagen más divulgada de Capri. Pasada la Cueva del Buey marino, desembarcamos en el punto de partida. Acordé con el guía la hora de salida del ferry. Desde aquí inicié el recorrido por la isla. En la Plazzoleta Vittoria se encuentra la estación del funicular que lleva hasta el pueblo.

Capri: ya me encontraba en el lugar soñado. Pintoresca y cosmopolita. En la  Piazzeta, o Piazza de Umberto I, escaparte al aire libre, corazón de la ciudad, conserva su singular arquitectura y el trazado urbanístico de una ciudad donde apenas hay tráfico rodado. En contraste, las lujosas tiendas, joyerías, boutiques, restaurantes y hoteles. Desde aquí confluyen las principales calles comerciales y punto de partida hacia los lugares de interés, que suelen ser recorridos peatonales.

Capri, el refugio de las Sirenas 12Dos son los barrios que dividen al pueblo. El medieval o llamado La Boffe debido a la arquitectura de las casas pequeñas con patios cerrados, algunos contiguos y atravesados por las sinuosas callejuelas. Estrechos callejones empedrados, cubiertos de bóvedas que se podían cerrar fácilmente para defenderse de los ataques piratas. Además cuenta con viejas iglesias, hermosas mansiones y edificios colindantes del siglo XVII. Deambulando por las calles, me llamó la atención la fachada de una casa pintada de rojo, que lucía  una placa conmemorativa. Decía algo así: “En esta casa en marzo de 1.909 a febrero de 1.911 vivió el escritor ruso Maximo Gorki…”. Al final añadía que Lenin también le visitó. Quedé perpleja.

Mis pasos me llevaron hasta un lugar con encanto, el rellano de Belvedere, o Plazoleta de los Pintores. Es uno de los miradores que más me impresionó por la espectacular panorámica que ofrece. Se puede admirar el conjunto formado los Farallones, el Escollo de las Sirenas y Los Jardines de Augusto. Pasear por Capri era una delicia,  percibía la sensación de que la isla  está llena de vida e irradia energía: el ambiente, la luz y sus colores. Recordé la novela “Los Lotófagos” de Somerset Maugham, supo escoger el mejor escenario para contar  la vida del protagonista. Siguiendo la ruta de los miradores, me resultó corto  el Paseo  de Tragara, enclavado en las rocas, verdaderamente es un jardín colgante sobre el mar. En esta zona de acantilados fijó su residencia, como exiliado, Pablo Neruda junto a Matilde Urrutia. Frente al mar, como a él le gustaba, escribió “Los versos del Capitán” que se publicó como “Anónimo” por motivos políticos. La primera edición fue en Julio de 1.952 con una tirada de 44 ejemplares.

Entre mis apuntes, otro lugar que tenía interés en conocer, fuera de los itinerarios turisticos, era “El Parque Filosófico”, desconocía su emplazamiento y cogí un taxi. Apenas había visitantes. Situado en un pequeño bosque, recorrí sus paseos haciendo una especie de zigzag entre arboles, e intenté  «leertraducir» algunos de los carteles que recordaban citas filosóficas. Empezando por una antigua inscripción del Delphi, sobre una enorme piedra,  continuando hasta Einstein  y otros. Fue curiosa y entretenida la “lectura” sobre los pensamientos de los sabios rodeada de  silencio y tranquilidad.  Un lugar  singular. Creo que son 55 ó 60 citas.

La visita a Anacapri fue fugaz, ya que el tiempo pasa inexorablemente. Me desplacé en taxi hasta la Villa San Michele, construida sobre las ruinas de una villa romana y fue residencia del escritor Axel Munthe. Actualmente está considerada como Museo privado por su colección de esculturas romanas, reunidas por el  escritor Desde las ajardinadas terrazas se divisa, a vista de pájaro, unas perspectivas únicas. En un folleto turístico decía del lugar: “Desde estas alturas, la mirada pasa directamente de la tierra al mar, el mar desnudo, desierto, espectral”. Este escritor visitó por primera vez la isla a los 18 años, tanto le fascinó, que residió durante 56 años.

El tiempo de mi estancia tocaba a su fin. Me concedí un último Capri-cho: sentarme en una de las terrazas de los cafés de la Piazzetta para saborear un limoncello, licor típico de la isla, elaborado bajo el secreto de una antigua receta. Disfruté del aroma a jazmines, azahar y lavanda mezclado con el olor a mar que la suave brisa expandía. Sentía como la felicidad invadía mis cinco sentidos.

La tarde declinaba. Observé como el mar cambiaba de tonalidades. Me iba con una duda: ¿sería cierto que las sirenas vivían aquí…?

Desde algún rincón una conocida melodía llegó hasta mis oídos. Presté atención, sí la recordé, era «Capri c’est fini». Una bonita despedida y recuerdos que serán inolvidables.